¡LEVANTÉMONOS DE LAS CENIZAS! ¡ESCUCHA NUESTRA ORACIÓN!
El salmo 102 va desde una lamentación personal (4-12; 24-28) a un clamor por la amada nación (13-23). El salmista declara el dolor que experimenta cuando siente que sus oraciones no encuentran respuesta. Su primera suplica es en tono de clamor, una expresión que fluye desde sus entrañas pidiendo que sus palabras sean escuchadas. Sin embargo, la sensación de que el Eterno esconde su rostro está presente y es desoladora; angustia hablar con quien no te da la cara o parece desatenderse de tu dolor.
La invocación espera una respuesta inmediata: “Apresúrate a responderme el día que te invocare”. Tiene que ver con algo que no se debería prolongar o no puede esperar más. El escenario descrito es de profundo dolor: ruinas, soledad y mortandad. David describe cómo vive la experiencia de modo un vívido. Habla en primera persona para mostrar el impacto que esta experiencia ejerce sobre su ser: su vida, sus huesos, su corazón, su desgano de alimentos, el quebranto de su salud, su entorno desfavorable.
El salmista no esconde lo que le genera pensar que el Eterno esté enojado con su pueblo, distante, a consecuencia de sus malas acciones. No obstante, el hecho de que el Creador es Señor de todo y de todos, permanece para siempre, le conduce a refugiarse en la misericordia del Dios vivo. David tiene consciencia de que este trance tan doloroso no pasará inadvertido, será observado, servirá de testimonio, por cuanto su pueblo será levantado de las cenizas.
La misericordia del Señor permitirá que la oración de los desvalidos sea escuchada. El gemido de los presos llegará a su presencia y los sentenciados a muerte serán soltados de esas cadenas que los aprisionan. Esta respuesta del Señor será testimonio para las generaciones, para las naciones, para quienes sabiendo la crudeza de lo vivido sean impactado por el milagro. La transformación de las enfermedades y carencias será para la gloria del nombre del Señor.
La forma en que trata el Señor con los suyos incorpora a sus días la parte más sensitiva del ser humano. Si no hay salud, si no hay provisión, si no hay gracia de Dios todo camino se torna gris y triste, “sendas de sombra y muerte”. Percatarse de ello lleva a las personas a volcarse en humillación para pedir gracia y compasión: El recordatorio es claro: el Eterno, quien está por encima de toda circunstancia, siempre permanecerá; todo lo demás cambia.
Salmos 102 podría ser un buen retrato de lo que acontece en Guayaquil. Luego de 30 días de intenso clamor, pareciera que el Señor esconde su rostro, no responde nuestro clamor. La realidad se sigue deteriorando, el escenario sigue mostrando el impacto de un espíritu de muerte que galopa vertiginosamente, llevándose a quien encuentre en el camino. ¿Nos hemos planteado la posibilidad de algún enojo en Dios o algún reclamo hacia nosotros? Puede que las razones sobren, y muchas las sepamos, aunque resulte más fácil pretender obviarlas.
La esperanza de Guayaquil está en la esencia y carácter de nuestro Dios. Él es Eterno, permanece para siempre, a pesar de las circunstancias y en medio de toda situación. Su carácter nos permite recordar que su naturaleza como un Dios de amor lo lleva a ser misericordioso. Si nos afianzamos en esta verdad, el día llegará cuando las oraciones que hoy percibimos desechadas comiencen a recibir la respuesta esperada, esa manifestación de gracia que implique soltar a los sentenciados a muerte.
La petición incesante de quienes vivimos en Guayaquil debe ser la misma: “Señor, escucha mi oración, y llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia, inclina a mí tu oído, apresúrate a responderme el día que te invocare”. Clamemos, clamemos, clamemos; ¡levantemos oración sin cesar! El Dios de misericordia se compadecerá de nosotros.
En Jesús, amén.