IGLESIA, CULTURA Y MINISTERIO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Ciertas dinámicas de la cultura han modificado nuestra noción de la relación “ser-estar”. Anteriormente, usted tenía que estar presente (en cuerpo) para “existir”, ser tomado en cuenta o concretar ciertas operaciones. Ya no necesita estar en cuerpo para comprar, pagar, hacer y atender todas las citas médicas o de trabajo. Se sabe que la educación ha sufrido cambios con el auge de la virtualidad. Las familias, separadas por razones varias, han tenido que cultivar sus lazos afectivos, mantener la comunicación, dar revista al estado de los miembros, celebrar cumpleaños y pare de contar mediante las redes sociales. No es poca cosa. Esto es un hecho, la percepción del ser y el estar ha cambiado. Y no estoy diciendo que esté bien o que esté mal, refiero sencillamente que es una realidad a la que no estábamos acostumbrados y con la cual tendremos que lidiar en la teoría y en la práctica. Por ejemplo, ¿cómo la situación generada por esta pandemia afecta nuestras nociones de ser y hacer como iglesias y ministerios cristianos? ¿Es tiempo de desechar, asimilar o proponer?
Todos hemos constatado esta nueva manera de percibirnos como sujetos en sociedad. Y no solo eso, también hemos participado, en alguna medida, de ella: bien en la manera en que manejamos las comunicaciones, realizamos transacciones, llevamos nuestros estudios, trabajo, ocio y demás. Como cualquier momento de la historia, éste pone delante de nosotros desafíos y oportunidades. La tendencia nuestra como cristianos, me parece, ha sido la “reacción”, no la respuesta crítica, reflexiva, sabia, sensible y, mucho menos, propositiva. Tendemos a mirar solo los desafíos, lo que nos pone en actitud de defensa o nos hace sentirnos amenazados. Se nos encienden las alarmas de los “ataques” al punto que terminamos neutralizando las antenas de las “oportunidades”.
En toda cultura, de cualquier tiempo, ha habido siempre “desafíos” y “oportunidades” para la vida en general y para nuestra fe en particular. De hecho, varios de los llamados momentos de avivamiento han estado signados al menos por estos aspectos: vitalidad interna de las comunidades de fe y un buen uso de los medios de comunicación o nuevos recursos de la cultura. Piense, por ejemplo, en los materiales y técnicas de escritura que usaron los autores inspirados, el empleo de los caminos romanos por parte de los primeros cristianos, el uso de los argumentos filosóficos por parte de los apologistas, o el de la imprenta por parte de los reformadores y pare de contar. Incluso hoy, los cristianos hemos usado elementos de la cultura: nociones de filosofía educativa para nuestros ministerios educativos (perfiles de alumnos, objetivos de aprendizaje, indicadores de aprendizaje y similares. ¡No nacieron de ayunos!), principios de gestión, liderazgo y administración de iglesia y ministerios cristianos (no fueron revelados); y, más concretamente, el uso de las redes sociales para un sinfín de propósitos.
Seamos honestos entonces, nos hemos relacionado con la cultura desde siempre, y tendremos que seguirlo haciendo, y de varias maneras, ¡no hay opción! Eso sí, al hacerlo, tenemos que usar de criterio, discernimiento e intención.
Andy Crouch, en su libro “Culture Making”, sugiere cinco formas de relacionarnos con la cultura. Suelo definir cultura así: cualquier proceso o producto, material o inmaterial, generado por los humanos en relación con sus semejantes y su entorno para el logro de objetivos individuales y colectivos, consensuados o no. Crouch, pues, muestra que la iglesia y los ministerios cristianos, para bien o para mal, pueden optar por: (1) condenar la cultura, (2) criticar la cultura, (3) consumir cultura, (4) copiar cultura y (5) crear cultura. Para recordarlo, masticarlo y procesarlo mejor, le sugiero que piense en “5C”: condenar, criticar, consumir, copiar y crear.
Primero, “la condena” es denuncia de lo abiertamente malo, aquello que atenta contra la vida y deshonra a su dador; acá se requiere, entre otras cosas, de valor y sabiduría, la de los fieles profetas y mártires. Segundo, “la crítica” se acerca más desde el diálogo para formular preguntas, cuestionar, indagar, inquirir o mostrar otras maneras de ver y hacer las cosas en sociedad; se espera que se haga de modo humilde e informado, y no meramente desde el prejuicio. Tercero, “el consumo” de la cultura es obvio, desde la ropa, pasando por la comida, hasta las ideas y tecnologías; acá urge que tengamos consciencia de los hábitos de consumo que imperan para no hacernos parte de aquellos que dañan al otro, al ambiente y deshonran a Dios. En cuarto lugar, hemos hecho “copia” de la cultura, tanto en los tiempos bíblicos como en los nuestros. Piénselo bien. Tomamos utensilios y categorías para aprovechar sus cualidades en procesos de nuestro interés (evangelizar, discipular, pastorear, servir, incidir, en fin); calcamos del entorno modos que no han sido gestados originalmente en nuestras canteras, pero que, al no contrariar nuestros valores, suman al cumplimiento de nuestros propósitos.
El nivel de relación más desafiante es el de “crear” o generar cultura, es decir, proponer (no imponer). Esta relación es típicamente proactiva y diaconal (busca servir a Dios y a su creación, sin distingos). La propuesta nuestra hoy no tiene que ser solo proselitista o interesada. Tendría, más bien, que promover la vida (en todas su manifestaciones) y la gloria de Dios. La generación de cultura se tiene que hacer desde los valores del reino de Dios (para eso hay que reflexionar, estudiar, orar, dialogar y trabajar mucho) y va más allá de únicamente reaccionar a lo malo, se atreve a poner sobre la mesa, abre puertas, construye puentes.
Por ejemplo, la Reforma Protestante, con las falencias propias de la naturaleza humana de sus actores, constituyó un hito disruptivo en la historia universal, y no solo en la historia cristiana; generó cambios estructurales en todos los ámbitos, no solo en el religioso (aunque este fuera su ámbito privilegiado). Después de la Reforma, gracia a su volver a la Biblia, al Evangelio de la gracia de Dios en Cristo y al Jesús del Evangelio, muchas cosas no fueron ya las mismas, incluso con consecuencias hasta nuestros días: la visión del humano y su relación con Dios, el acceso a la Biblia, las nociones de libertad, belleza, trabajo, educación y desarrollo, entre otros.
Hoy, las iglesia y ministerios cristianos nuevamente tienen que revisar la manera de expresar su comunión con Dios, con los creyentes y no creyentes, con la naturaleza, con la historia y su devenir. A partir de un inédito evento de conmoción: la pandemia, las medidas de distanciamiento físico o social y el cuestionamiento a varias maneras de ver y hacer las cosas, todos somos convocados al auto examen. La identidad, misión y destino de la iglesia están en Cristo, no dependen de evento cultural alguno; pero la manera de interpretar y expresarlas si tienen que cambiar. ¿O no? ¿En qué sí y en qué no? Vuelvo a las preguntas del inicio, sin renunciar a nuestros fundamentos, ¿qué rechazar, asimilar, replantear o proponer?
Las formuladas, son preguntas honestas, inevitables y hasta necesarias. No podemos afrontarlas desde el miedo, el prejuicio, el reduccionismo o la simplicidad. Son cuestiones complejas, como complejos son los momentos que vivimos. Es parte de nuestra responsabilidad, por tanto, acompañar a nuestra gente para que cuenten con una visión teológica (desde Dios) de lo que pasa; para que no se centren en especulaciones y campañas de terror, sino en la presencia de Dios con nosotros atravesando este “valle de sombra y de muerte”; para que renovemos nuestra confianza en sus promesas (todas, y en especial las de su venida para establecer “cielos nuevos y tierra nueva”); para que se enfoquen en la humildad, en la fidelidad al Señor y la vigilancia cristiana; en el anuncio del evangelio, en la oración y en las respuestas compasivas para con todos, entre otras actitudes y disciplinas cristianas.
Lo más fácil es solo criticar, pero puede también que sea lo más elemental o irresponsable. Luego, la tendencia es a quedarnos paralizados, esperar a “ver qué pasa”. Y, sí, hay momentos en los que toca quedarse quietos y callados. Pero hay otros que nos demandan reflexión y acción responsables. ¿No es este uno de esos? Elaborar una actitud, un pensamiento y un proceder cristianamente responsables demanda más que solo criticar y esperar.
En este tiempo, lo que sienta, piense, decida hacer o no, hágalo como para el Señor. Proceda con humildad. Sustente en Cristo (su persona, enseñanzas y obras) su respuesta a este momento de la historia. ¿Qué hará y qué no como servidor cristiano? ¿Qué usaremos o no como iglesias y ministerios cristianos? ¡Dios nos ayude a todos!
Richard Serrano